jueves, mayo 24, 2007

Recuerdo número dos

Espíritu trash, basura, vómito.
Lo digo sin ponerme colorada.

Dalia tenía nombre de flor pero era sólo una fachada. Dalia, con sus seis años y todo, era, en todo caso, carnívora, antropófaga, llena de espinas.
Dalia tenía nombre de mujer, no caben dudas. Ariela tenía nombre de hombre encubierto y tetillas inflamadas.
Dalia era mujer de seis años, mi ecografía era dudosa: remera y pantalón, nada de rosa por favor. ¿Mencioné que Dalia era una flor?
Dalia tenía un sticker entre otros. Rosa, suave, femenino: un zapatito de baile. ¿Mencioné que dejé ballet a los cuatro? Acto reflejo, espejo de una hermana. Mi hermana, que siempre me llevó y llevará tres años de mujer.
El sticker era hermoso, o eso parecía, o eso se decía.
¿Se fijó usted alguna vez en esa forma particular que tienen a veces los niños de hablar?
¿Cómo a veces combinan un seseo a media lengua con los más relamidos sintagmas de adulto? Eso es porque aprendemos copiando. Nacemos lejos de saber.
Por supuesto que no dudé en demostrar mi apasionado interés ante el sticker. Dalia accedió sonriente al trueque y yo llegué feliz con el premio a casa, sin sospechar que un perrito dálmata, una palmera, una flor roja y un huesito, valían tantísimo más que el mugroso zapato. Ella tan llenísima de instinto ventajoso que yo desconocía. Flor de puta, prematuro sementerio.
Pero lo cierto es que ella, de mí, se llevó un poco de peluche engomado, y yo, de ella, la porción más triste del mundo.
Esa es mi dignidad.

martes, mayo 08, 2007

Verdadero que sí

Bueno, la cosa es así: tuve una experiencia fumeta que me jugó la de "Fumetas el memorioso".
Acá va una...

Quinto año, clase de filosofía, prueba: una genialidad. Porque decime si el tema o por lo menos el tercero o quinto tema sobre el que se pregunta la filosofía no es el discernimiento entre lo verdadero y lo falso. De hecho sí, la Lógica.
Y ahí te cae una Élida Baccaro, profesorita de grandes certezas, funestas pero grandes, y te toma Aristóteles (Aristóteles era el tema más difícil porque tenía como dos páginas más que Platón). ¿Cómo te lo toma? Con un verdadero/falso, ese supremo ardid de los profesores que les permite corregir las confusiones de sus alumnos a la vez que ver el programa de Rial. Divino porque aparte ella se especializaba en posmodernidad.
Y hasta acá todo más o menos tranqui, esperable. Pero Élida Baccaro siempre traía una más bajo la manga, sí. La verdadera frutilla de la torta era que el Verdadero o Falso... estaba constituido por oraciones unimembres.
Gran, gran, gran desconcierto. Creo que tuve más para aprender en ese instante que en la secundaria toda.

miércoles, mayo 02, 2007

Dislexia

María Azucena, de unos sesenta años, está parada en la vereda frente a un edificio. Sostiene con ambas manos un palo blanco mientras mira con ojos perdidos el horizonte. A su lado hay un balde, el cepillo de un escobillón y una manguera de la cual no deja de salir agua. Llega Lidia.

Lidia:
¡Nena, qué cara de consternación!

María Azucena:
Es que se me salió el cepillito ese del escobillón y no lo puedo volver a meter.

Lidia:
Mirá qué macana… pero bueno… a que no te enteraste lo que pasó en el décimo.

María Azucena:
No, nada. Vos sabés que estoy intentando dejar…

Lidia:
No, pero esta es buena, eh…

María Azucena:
No tengo tantos años de portera encima como para andar censurando, pero preferiría…

Lidia:
Era el cumpleaños de la rubia… y vos viste que las cosas no están muy bien entre ellos.

María Azucena:
No, claro.

Lidia:
¿Qué, sabés algo?

María Azucena:
Bueno, que se ve que desde que se enteró lo del ex futuro…

Lidia:
¿El ex futuro?

María Azucena:
Me tirás la lengua vos, eh… el ex futuro, el que la plantó en la iglesia.

Lidia:
Ah, el pelado buen mozo, ya sé de qué hablás…

María Azucena:
No, el morocho corpulento. Ese que vos decís, el pelado, es el ex ex. Pero si me preguntás, la verdad es que ese, de futuro, nunca tuvo nada.

Lidia:
¿Vos decís? A mí me parecía un hombrecito tan correcto, siempre saludaba en el ascensor…

María Azucena:
No lo digo, lo sé. Estaba en la industria del perno pero terminó de relojero. Muchos se pasan porque es un negocio más que próspero pero subestiman las diferencias del oficio y fracasan en el intento.

Lidia:
Esperame un cachito, el pelado corpulento decís. Me acuerdo lo más bien…

María Azucena:
No, el morocho del diente de oro. Ese muchacho apuntó demasiado alto. Yo dudo que jamás haya sabido diferenciar un segundero de un minutero. Creo que padecía de algún tipo de dislexia paranoide no diagnosticada.

Lidia:
¿Y el pelado?

María Azucena:
¿El pelado del muñón? Daba la impresión de ser un tipo muy tranquilo, de esos que ni pinchan ni cortan.

Lidia:
Y así y todo la abandonó… habrá que ver por qué ¿no?

María Azucena:
Es que al pelado morocho, que ni pinchaba ni cortaba, parece que al final le gustaban los travestis.

Lidia:
Las travestis, querrás decir…

María Azucena:
No, si yo soy de lo más respetuosa del travestido de todo género. Lo digo en masculino justamente porque lo que a Dientitos de Oro le gustaba, eran los hombres atrapados en cuerpo de mujer ¿me entendés? Esos que nacen mujer por fuera, hombre por dentro.

Lidia:
Ah, sí. Algo raro tenía ese hombre… Pobre rubia.

María Azucena:
Bueno… pobre morocha arrepentida, tampoco sea cosa de faltar a la verdad.

Lidia:
No, Azu, no vayas a creer. Si yo soy de lo más respetuosa de la verdad. Lo que no queda claro en esta cuestión es… por qué el actual se enojó por culpa del disléxico. Seguro que fue por el tema este de la sobrinita que te quería contar…

María Azucena:
No, no, nada de eso. Pasa que la morocha quedó con unos complejos bárbaros de ablación peniana. Estaba muy confundida, la pobrecita. Y cuando el actual empezó a tirarle los galgos, esta salió con unos delirios de virgencita santa. Se cosió ahí abajo y le juró desde el principio que él era el primero.

Lidia:
Pero esuchame, María Azucena, dejame meter bocadillo que te tengo una sumamente vibrante.

María Azucena:
Ay, Lidia… me llevás por la mala senda ¿Te referís a la mocosa, a la que encontraron con el consolador envenenado que le habían regalado a la rubia para el cumpleaños? ¿Que en verdad era un regalo anónimo que había venido en una cajita cerrada? ¿Que capaz era del morocho o quién sabe si no fuera más bien obra del pelado? O capaz fuera culpa del actual, que la quería, o bien asesinar, o bien azuzar el fuego de la relación. Quién sabe sino yo. No, no fue el ex futuro, fue el futuro ex, el marido. Confieso. Lo sé todo, lo supe desde un principio. Siempre lo sabré todo. No todo. Quién sabe dónde habrán quedado aquellas manecillas del reloj… aquellos segunderos forzados a marcar los minutos, aquella morocha de cabellos oxigenados, forzada hasta el hartazgo a amar a su hombre travestido, no a pesar sino a causa del muñoncito. Lidia, vos no sabés la carga que es ser la portera cama adentro de este edificio. Las tardes de siesta sin sueño… son una tentación difícil de superar. ¿Vos te pensás que me gusta ser la boca y ojos que atraviesan verticalmente cada propiedad horizontal de este nido de ratas? ¿Vos no creés que a mí también me hubiese gustado tener un muñoncito para amar? Huí Lidia, no dejes que los ojos se te llenen de llagas. Huí vos que todavía podés. Escapate, pero no te escapes de este edificio, porque el mundo es un edificio. Escapate de este bastón blanco, de este escobillón sin punta que nos viola como ciegas a la deriva. Escapate de este falo envenenado y no vuelvas nunca.